Ayer volví a pisar el Colegio después de 33 años. El motivo: Un analítico de secundario que necesito para hacer un trámite de los que se piden cuando estás en los 50 años y ya no te creen ni que cursaste en un Colegio público, nacional y valioso!!!
El tema es que cuando cruzo la puerta, lo primero que busco con la mirada NO es la oficina administrativa para ejecutar el trámite, sino el aula en la que cursamos el último año lectivo.
Pero porqué?
Antes de contestar esta pregunta, vale aclarar que ya no es un espacio de cursada. Es un archivo de documentos y carpetas que acumulan datos y evidencias del pasado que a nadie le importa recuperar. No hay duda. Cajas apiladas de cartón carrugado de 50 x 50 que llegan hasta el techo.
Esa imagen de quietud apapelada y gris al mejor estilo "1984", no puede empañar una de las experiencias más vergonzosas y productivas de mi vida.
Cursando 5° 1° en ese mítico congreso de descerebrados aprendices de la nada, un día (y no recuerdo cual, por supuesto) entro corriendo y asumiendo que (como todo los días) el piso de madera terciada mejorada del aula iba a soportar el sextecimonoveno salto mortal que pronosticaba el repetido, hermoso y profundo ruido seco que lanzaba cuando caía con mis 2 pies en simultaneo.
Pero ese día, se agregaron unas líneas más al guión tradicional de la escena cotidiana.
Seguido al ruido esperado, una de las tablas del piso cedió ante mi peso y, todos en el aula descubrimos que debajo de esea alfombra de madera no había más que un metro y medio de nada, hasta llegar al fondo de cemento.
La foto de la crónica, entonces, era: Gustavo hundido un metro y medio con el pie derecho y el pie izquierdo otro metro y medio por encima de la línea de cabeza.
Risas. Muchas risas.
Papelon, vergüenza y... escape del ridículo YA!!!
Me hice el fracturado. Zona que me trae una silla. Llanto, dolor y conmoción actuada para evitar una catarata de amonestaciones que tocaban a la puerta de mi boletín inmaculado, y a par de meses de terminar el secundario.
Mi reputación no era la mejor, pero tampoco la peor.
Creo que por eso, me creyeron que el piso había jugado una mala pasada al alumno Diez y se me eximió de una investigación precisa que demostrara la falacia de mi actuación.
A 33 años de ese desbarate corporal, prescripto por orden de la historia, no pude evitar ayer quedarme un buen rato verificando que en ese claustro administrativo, burocrático y muerto de pasos de personas; fue uno de mis mejores actuaciones liberadoras de sanción disciplinaria de toda mi vida.
Todavía el actual secretario Norberto Galli (que me atendió ayer para hacerme el analítico ) debe preguntarse de qué me reía solo mientras me tomaba los datos personales para registrar mi pedido.